Resumen histórico de Ateca (2 de 8)

12 de noviembre de 2025

Ateca en tiempos de los árabes. En el verano de 711 los musulmanes atravesaron el estrecho de Gibraltar y, tras derrotar a don Rodrigo en el río Guadalete se hicieron dueños de Hispania en poco más de dos años sin apenas encontrar resistencia. La Hispania musulmana o al-Ándalus se convirtió en un emirato dependiente del califato de Damasco.
Arrojados del trono de Damasco los Omeyas y exterminados sus miembros, el único superviviente, Abderramán, vino a España y fundó un emirato independiente que se convertiría en el califato de Córdoba con Abderramán III en 929.
A principios del siglo XI, Zaragoza se declaró independiente del califato de Córdoba y surgió el primer reino de Taifa al que Ateca quedó incorporado.
Tras una breve independencia a mediados de siglo, en la que perteneció al gobernador de Calatayud, volvió a pertenecer al reino de Zaragoza hasta la llegada en 1110 de los almorávides (religiosos guerreros procedentes del Atlas africano).
Perteneció Ateca a los almorávides hasta el día de San Juan de 1120 en que Alfonso el Batallador reconquistó la comarca.

A la llegada de los árabes el valle del Jalón fue ocupado por tuyibíes del Yemen y beréberes del Norte de África. Los primeros ocuparon las tierras más bajas y ricas, y los beréberes tuvieron que conformarse con las tierras más altas, entre las que se encontraba Ateca.
Ateca en tiempos de los árabes se conocía como Atiqa y sus habitantes indígenas fueron los conversos o muladíes, que convivieron con el invasor, se rigieron por sus leyes y hasta ocuparon cargos de gobierno. De hecho, en el siglo IX perteneció a un clan muladí.
Expertos agricultores, la llegada de los árabes supuso una verdadera revolución agrícola. A ellos debemos los sistemas de riego y nuevos métodos de elevación de aguas con norias o molinos, y la introducción de nuevos frutos. El canal del Val se atribuye a ellos.
El cuerpo inferior de la torre de Santa María es el mejor exponente de su buen hacer en la arquitectura, las calles y adarves tienen su impronta, y la toponimia nos recuerda a cada momento su paso.